lunes, 2 de febrero de 2009

Viernes

Era una hora de la tarde, pero el cielo ya estaba oscuro y la gente volvía a casa. A aquel automóvil colectivo subían personas cuyos rostros estaban marcados por curvas donde reposaba el cansancio. Las ropas, cansadas, languidecían desde los hombros en la pesada tarde de septiembre. De tanto en tanto, en alguna parada, además del olor a verano precoz, había aroma a desodorante masculino, de esos sensuales perfumes que hacen voltear a una mujer para ver si quien lo lleva goza del mismo atributo. 
Una vez lograda la difícil tarea de ignorar la dura luz blanca del colectivo, que todo pone en evidencia, se podía apreciar algo casi feliz. Las calles de Buenos Aires están iluminadas por luces aisladas, amarillas, anaranjadas, tenues y tímidas ante la gran oscuridad. Solitarias y en compañía de las demás soledades. 
Y ahí, en ese momento de contemplación, la sonrisa se dibuja en la cara del vidente: ha descubierto que en verdad no viaja solo, sino con todos los demás habitantes del colectivo, que comparten su regocijo; porque es viernes, la batalla ha concluido y uno vuelve a su casa a hacer lo que se le de la gana. 

1 comentario:

malena dijo...

Preciso relato de un viernes ;)