Una vez lograda la difícil tarea de ignorar la dura luz blanca del colectivo, que todo pone en evidencia, se podía apreciar algo casi feliz. Las calles de Buenos Aires están iluminadas por luces aisladas, amarillas, anaranjadas, tenues y tímidas ante la gran oscuridad. Solitarias y en compañía de las demás soledades.
Y ahí, en ese momento de contemplación, la sonrisa se dibuja en la cara del vidente: ha descubierto que en verdad no viaja solo, sino con todos los demás habitantes del colectivo, que comparten su regocijo; porque es viernes, la batalla ha concluido y uno vuelve a su casa a hacer lo que se le de la gana.
1 comentario:
Preciso relato de un viernes ;)
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