domingo, 1 de febrero de 2009

El amor enloqueció a Amanda

"Querido Rigoberto:
He decidido, en pleno siglo XXI, escribirte una carta. Que te llegue el mensaje sería una paradoja, y voy a explicarte por qué. 
Aquí estoy sentada a la mesa con mi sesuda familia, zambullidos todos en conversaciones alucinantes, en las que amaría participar. Pero no puedo. Porque, la verdad, qué querés que te diga, en este momento me importa un carajo si el presidente de Norteamérica es católico o protestante, si habló del tamaño del Estado o si tropezó con su entusiasmo al jurar. 
No puedo pensar friamente en eso porque lo único que puedo procesar es que vos no me hablaste en todo el día. Y yo me conecté, te mandé mensaje... hice todo lo que debía; y por lo que antes vos solo me hablabas primero. Con todas las vías de contacto, todos los puentes entre mundos privados, todas las conexiones posibles entre seres humanos... ningún canal lleva tu mensaje. 
Me ignorás. Tu ignorancia me pesa y no me salen las lágrimas. Entonces lloro para adentro. ¿Sabés cómo me doy cuenta? Porque el rostro me pesa del lado de adentro y por mis arterias circula trabajosamente un plomo líquido, que es la mezcla de tu promesa y mi esperanza. Esperanza es una palabra curiosa. Algunos dirían que es un sentimiento optimista, pero yo creo que no: es otro sustantivo de esperar. Y la espera puede ser desesperante a veces. 
La paradoja de que te llegue esta carta, que pienso mandarte con paloma mensajera, es que siento tal necesidad de comunicarme en general - y de hablarte en particular - que probablemente lo logre; aún a pesar de usar un método de comunicación tan inseguro. 
Y que te llegue el mensaje completo: si me seguís ignorando, voy a ir hasta tu casa y te voy a morder el cuello hasta que te salga toda la sangre a borbotones; y así me pueda meter abajo de tu piel. Aunque tenga que ser literalmente."

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Uh, me parece genial lo que escribiste.

Anónimo dijo...

Una genia Amanda, porque le sacó unas cuántas 'pesas' a la ignorancia de Rigoberto al decidirse a escribirle y seguramente el plomo líquido de sus arterias debe de haberse vuelto cálido y transparente hacia el final de la historia... Para mí, Amanda no enolqueció...Se debe de haber vuelto más sabia. Un placer! MBC

Julieta Pestarino dijo...

Ay es buenísimo, jaja. Me encantó.

Anónimo dijo...

Buenísimo desde la primera línea hasta la última.
No me queda otra que leer todo el blog, de a poco, claro.