viernes, 20 de febrero de 2009

Los histéricos

Él y ella se gustan, pero no se lo dicen. Lo saben, está ahí cada vez que se ven, pero no se lo dicen. Si se miran es porque se quieren besar; si se besan es porque se quieren amar; amarse no se aman, porque ser, no son nada: solamente dos seres que se gustan, se miran y se besan. ¿Decírselo? Jamás. Si uno dice "Te quiero", el otro responde "Momento, ya no entiendo este juego". Están bien cuando se pelean, están mal cuando tienen ganas de estar mejor. Que si, que no, que caiga un chaparrón. Van y vienen como siempre, en el mar de la indecisión; donde todo es posible porque nada se concreta, donde siempre hay hambre ante la no-satisfacción. 

martes, 3 de febrero de 2009

historias congeladas



Es curioso el tema de las fotos. Capturan momentos, congelan realidades... cuentan historias. 

Encontrar dos fotos en un cajón, dos fotos con décadas de distancia entre una obturación y otra, y sin embargo tan parecidas... viene a ser como descubrir dos tramas atravesadas por la misma historia. 

Siempre tuve la intuición de que me parecía a mi abuela. Y en el camino, curiosamente, voy descubriendo en qué. 


"Always the years between us, always the years. 
Always the love. 
Always, the hours"

(Virginia Woolf, The Hours)

lunes, 2 de febrero de 2009

Viernes

Era una hora de la tarde, pero el cielo ya estaba oscuro y la gente volvía a casa. A aquel automóvil colectivo subían personas cuyos rostros estaban marcados por curvas donde reposaba el cansancio. Las ropas, cansadas, languidecían desde los hombros en la pesada tarde de septiembre. De tanto en tanto, en alguna parada, además del olor a verano precoz, había aroma a desodorante masculino, de esos sensuales perfumes que hacen voltear a una mujer para ver si quien lo lleva goza del mismo atributo. 
Una vez lograda la difícil tarea de ignorar la dura luz blanca del colectivo, que todo pone en evidencia, se podía apreciar algo casi feliz. Las calles de Buenos Aires están iluminadas por luces aisladas, amarillas, anaranjadas, tenues y tímidas ante la gran oscuridad. Solitarias y en compañía de las demás soledades. 
Y ahí, en ese momento de contemplación, la sonrisa se dibuja en la cara del vidente: ha descubierto que en verdad no viaja solo, sino con todos los demás habitantes del colectivo, que comparten su regocijo; porque es viernes, la batalla ha concluido y uno vuelve a su casa a hacer lo que se le de la gana. 

domingo, 1 de febrero de 2009

El amor enloqueció a Amanda

"Querido Rigoberto:
He decidido, en pleno siglo XXI, escribirte una carta. Que te llegue el mensaje sería una paradoja, y voy a explicarte por qué. 
Aquí estoy sentada a la mesa con mi sesuda familia, zambullidos todos en conversaciones alucinantes, en las que amaría participar. Pero no puedo. Porque, la verdad, qué querés que te diga, en este momento me importa un carajo si el presidente de Norteamérica es católico o protestante, si habló del tamaño del Estado o si tropezó con su entusiasmo al jurar. 
No puedo pensar friamente en eso porque lo único que puedo procesar es que vos no me hablaste en todo el día. Y yo me conecté, te mandé mensaje... hice todo lo que debía; y por lo que antes vos solo me hablabas primero. Con todas las vías de contacto, todos los puentes entre mundos privados, todas las conexiones posibles entre seres humanos... ningún canal lleva tu mensaje. 
Me ignorás. Tu ignorancia me pesa y no me salen las lágrimas. Entonces lloro para adentro. ¿Sabés cómo me doy cuenta? Porque el rostro me pesa del lado de adentro y por mis arterias circula trabajosamente un plomo líquido, que es la mezcla de tu promesa y mi esperanza. Esperanza es una palabra curiosa. Algunos dirían que es un sentimiento optimista, pero yo creo que no: es otro sustantivo de esperar. Y la espera puede ser desesperante a veces. 
La paradoja de que te llegue esta carta, que pienso mandarte con paloma mensajera, es que siento tal necesidad de comunicarme en general - y de hablarte en particular - que probablemente lo logre; aún a pesar de usar un método de comunicación tan inseguro. 
Y que te llegue el mensaje completo: si me seguís ignorando, voy a ir hasta tu casa y te voy a morder el cuello hasta que te salga toda la sangre a borbotones; y así me pueda meter abajo de tu piel. Aunque tenga que ser literalmente."