domingo, 25 de octubre de 2009

Huerta

Un tomate cherri, rojo, redondo.
La cafetería estaba vacía. Los tubos blancos en el techo quitaban toda pizca de calor a la luz, que no perdonaba los rincones. Yo estaba sola, sentada en una mesa para muchos. Mi bandeja me miraba. Tenía verduras crudas: algún que otro bastón de zanahoria, lechuga de muchos colores, repollo. Una sopa de algo con pan. Una feta de queso ahumado prometía deleite. Y yo estaba contenta, habían quedado tomates cherri después de la horda.
Tomé este. Mordí un costado. Su piel tirante, roja, se abrió. Un sabor ácido inundó mis papilas del gusto y las semillitas se dieron a la fuga. De pronto me pareció que el tomate tenía boca, y me dijo: huerta.
De un momento a otro seguía siendo de noche, si, pero hacía calor. Miré a mi alrededor sorprendida: estaba oscuro, apenas podía ver con una lámpara amarilla que colgaba de algún lugar. La casita de los quesos. Mis pies sin hojotas moldeaban el barro y mis dedos jugaban a esconderse por turnos en su negrura. Tenía una malla entera y un short. Hojas multirraciales me acariciaban la piel con espinas y los mosquitos se regodeaban en su tiranía. El pelo se me pegaba en la cara y los brazos me goteaban desde arriba. De pronto ese aroma me golpeó la cara toda: era ácido y dulce, y también olía a hojas verdes rotas. Los tallos, vestidos de pelusas verdes gentiles, se esforzaban por ser rastreros, pero alguien los había atado a cañas para poder cosechar: yo. María apurate con esos tomates, que ya es tarde, pichona. Dale, así después vamos a casa y nos metemos a la pileta antes de cenar. Mi abuelo, sin piernas enclenques, ni vejez, ni ojos perdidos. Mi abuelo.
Mañanas y tardes, ir a la huerta, hermanos, caballos. Desenterrar zanahorias, quitarles la tierra con el agua del tanque, morder. Dulzura. Media zanahoria para mi, media para el caballo. No tengas miedo, no te va a morder. ¿Viste cómo le gusta? Se la comió toda. Ahora te huele porque quiere más. Pasar los dedos por las hojas de las frutillas, no pisar los zapallos, cortar laureles para Dorita, desenterrar papas. A mi, del corazón, me salen papas.*
Un segundo después, la cafetería sigue siendo muy muy blanca, afuera hace frío y el tomate parece ya no tener más nada para decir. Y a mi, del corazón, me sale sangre.

*línea tomada de este poema